De magos con corbata...- Eliana Otta

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ESQUILME -BAILES Y MUTACIONES. CENTRO FUNDACIÓN TELEFÓNICA

De magos con corbata y dibujos que se mueven
Algo raro pasa cuando miramos las animaciones de Martín Aramburu y tiene que ver con ese sentimiento compartido que se activa fácilmente cuando la complejidad se entrevé escondida en lo sencillo.
Sus dibujos, con trazos francos y casi toscos, nos recuerdan tanto a los garabatos que hacemos al hablar por teléfono como a los inspiradores disparates que pueblan las libretas del ídolo Daniel Johnston. En El mago se transforman ante nuestros ojos en una progresión sorprendente, que podría ser metáfora del acto de animar y del quehacer mismo del autor. Martín saca conejos del sombrero y los hace aparecer donde no existían, para luego transformarlos en lo que una línea sobre un papel haga posible. Es decir, en todo.
La aparente irreflexión de una animación como esa, hecha sobre una premisa tan simple, encuentra una continuación en el interminable zapping que vemos en Pasajero, donde somos testigos de una realidad que se dibuja y desdibuja con una velocidad caprichosa y antojadiza que no es otra que la que nos acompaña día a día. Pues a veces, así no tengamos un televisor delante, nuestros ojos parecen volverse hechos exclusivamente para zappear, condicionados por la tecnología de nuestra época. Cada vez más desacostumbrados a la concentración y al remirar, las imágenes consumidas pasan a nuestro alrededor chillonas y agresivas, demandando nuestra atención.
El trabajo de Martín es justamente lo opuesto. Un lápiz y un papel. Un descuido a propósito. Cero maquillaje, cero efectos. La emoción que produce animar un dibujo hecho casi sin pensar. ¿Para qué más recursos cuando el enunciado combina mejor con la crudeza?
El mismo absurdo y vacío, cierto tedio intrínseco a las dinámicas de las grandes ciudades que denunciaron hace décadas escritores como Orwell, Bradbury o Philip K. Dick, queda en el aire después de ver por pocos minutos estas líneas en movimiento. En una sociedad donde triunfa cada día lo espectacular, donde reina la despersonalización y la deshumanización a niveles que quizá ni nuestros escritores de ficción favoritos imaginaron, se puede elegir usar sólo lo que se tiene a mano y permitirse concentrarse en esa superficie blanca y en la negra línea que aparece, movediza.
Aramburu escoge esta opción sin renegar de nada: con humor e ironía, atisbos de espíritu punk (desde la elección de las formas más primarias de animación: animación de vieja escuela y do it yourself) y algo de poesía sin pretensiones, como en Ladrón.
Alejada de tendencias, ya sea de la aparente inevitabilidad del uso de la fotografía o de la recurrencia a referentes pop en el dibujo artístico contemporáneo, o de la adhesión a estéticas relacionadas al cómic de superhéroes o al underground estadounidenses, así como a las herederas del manga, la animación de Martín ha ido creciendo en los últimos años, solitaria y marginal, como una inevitable extensión y expresión de su vivencia.
Como respuesta a un impulso incontrolable, que finalmente es el que hace que sea tan fácil reconocernos en ella, y cuya manifestación, como testimonio de un individuo, me recuerda al poema de Bertolt Brecht que decía: Con los hombres soy amable/me pongo un sombrero según su costumbre/ y me digo: son bichos de olor especial/ pero pienso, no importa, también yo lo soy.