El asunto empieza en los primeros años de la adolescencia, como casi todo. La esquina inferior derecha del cuaderno se puebla de monigotes dibujados a lápiz. Al final de la clase, cuando el alumno (supuestamente) distraído corre las hojas con los dedos, el monigote se anima y empieza a actuar: es la magia elemental del movimiento. No es arte, claro, pero su simpleza y su calidez tienen algo que desarma; algo seductor, verdadero e íntimo. ¿Qué otra cosa puede importar?
El alumno (supuestamente) distraído no es Martín Aramburú (28), pero bien podría haberlo sido. Después de todo, su trabajo conserva la espontaneidad y la libertad de lo hecho para jugar, es decir, para sentirse vivo. “El mago” es un corto de poco más de tres minutos en el que el trazo a mano es rápido, imperfecto y vital. Es un homenaje a la ductilidad de la animación, a su capacidad de transformación y sorpresa, pero también a la ética del “do it yourself” —hazlo tú mismo— de los punks. La ausencia de pretensiones es la regla número uno del juego, y es tácita.
Mago y pasajero
Martín Aramburú es punk porque no le queda otra: a estas alturas de la virtualidad, la simulación y los efectos digitales, nadie enseña a hacer animaciones en 2D, y menos en nuestro país. Quizá por eso él mismo se define profesionalmente como “una especie en extinción”, lo que bajo otro punto de vista podría ser: un tipo de creador cuya apuesta es mirar el futuro con las herramientas del pasado, volver a lo hecho a mano, recuperar la experiencia. “Pasajero”, otro de sus cortos, propone un viaje a través de una realidad demasiado rápida, que se transforma antes de que podamos entenderla.
Una realidad que se refleja en el vértigo de la tecnología, y que acaso solo a través de un medio sin sofisticación alguna, sin maquillaje, puede ser mostrada en toda su terrorífica voracidad. Una voracidad que se está llevando (entre otras cosas) la propia vocación de Aramburú: “Es uno de tantos oficios que el mundo industrializado se está almorzando, los que quieren sobrevivir se están poniendo al día con la programación, el diseño o el 3D”.
El Esquilme
En una escena artística poco inclinada a la libertad y a la experimentación, la animación es una disciplina simplemente ignorada. Por eso Aramburú empezó desde menos que cero, digamos. “Con un amigo, José Félix Pinto, hacíamos experimentos, y fuimos entendiendo la técnica poco a poco. Recuerdo el glorioso día en que descubrimos que la cámara iba fija. Al principio la hacíamos andar alrededor del cuarto, grabando papeles que pegábamos en las paredes. Al cabo de un año y medio ya teníamos cinco cortos, así que decidí seguir investigando”.
Según el diccionario de la RAE, esquilmar significa “menoscabar, agotar una fuente de riqueza sacando de ella mayor provecho que el debido”. Eso es exactamente lo que hace Aramburú: de una técnica primaria, absolutamente elemental —a veces solo un lápiz, un papel y una cámara de video—, extrae humor, ironía y una intacta capacidad crítica. Por eso, quizá, a la productora casera que fundó con José Félix Pinto y Maite Yurrebaso, le puso de nombre El Esquilme.
La música es el centro
En “El mago” escuchamos un soundtrack de John Lurie, el notable actor y músico de Minneapolis que también es dibujante (¡y muy bueno!). En “Ladrón” la música es de J.S. Bach. Otros dos cortos: “Mujer boa” y “El entierro de los gatos” son videoclips. El primero de Manganzoides, una de las bandas de rock más interesantes de las últimas décadas. El segundo, de Los Saicos, el mítico grupo peruano de los sesenta, precursor del punk.
“El videoclip de “Mujer Boa” está plagado de referentes: Daniel Johsnton, el arte Mochica, los stickers de combi, la revista “Lo insólito (de este y otros mundos)” y sobre todo la música. La música es la matriz en donde se teje la imagen”. Aramburú se deja guiar por la música para plasmar el clima y el ritmo de sus historias. Así, en “El entierro de los gatos” propone un homenaje al sonido beat de los años sesenta, y ofrece una visión entre ingenua y alucinatoria de Lima, con pandillas de gatos callejeros y noches estrelladas.
Otro oficio en extinción
No todos los trabajos de Aramburú son dibujos animados. En “Ladrón” la animación es con recortes, a la manera de collages vivos. Hoy Aramburú vive en Madrid. Se fue a aprender dibujo animado tradicional y acabó estudiando escultura: “El salto se debe a que me quedé sin visa y tenía que matricularme en una escuela para renovarla. Pero los materiales pueden ser un punto de encuentro entre la animación y la escultura. Al final igual me enamoré de la fragua y la forja, otro oficio en extinción”.
http://elcomercio.pe/impresa/notas/actos-magia-garaje/20090607/297123